domingo, 24 de marzo de 2013

3. Un poco de historia

Stanley Hall es considerado un pionero en el estudio de la adolescencia. Este estudioso que introdujo al psicoanálisis en los Estados Unidos de América inició con sus trabajos del año 1904 una producción sobre el tema que no ha dejado de crecer. 

Para Hall la adolescencia era, como lo había sido para Rousseau en su Emilio, un segundo nacimiento a través del cual el joven llegaba relativamente indefenso a la edad adulta. Es necesario aclarar que el joven norteamericano de principio de siglo que tenía Hall ante los ojos era un ser educado en rígidos parámetros puritanos que reprimían fuertemente la sexualidad e imponían un profundo sentido del deber sobre el placer. (...)

Pero no fueron solamente las ideas religiosas las que influyeron sobre S. Hall, sino dos teorías científicas de la época: 1.la teoría de la recapitulación de Haeckel, y 2. la teoría de Lamarck.

Consideremos la teoría de la recapitulación de Haeckel. Tal como lo señala Louise Kaplan, las ideas sobre la adolescencia se vieron muy influidas por diferentes versiones de la teoría de Haeckel que provenía de la embriología en su formulación original y fue abandonada en ese campo no sin antes dejar fuertes huellas sobre algunos autores, entre ellos Hall y Freud. En ella se sostenía que la ontogenia recapitulaba la filogenia; es decir, que el desarrollo de un embrión humano pasaba por diferentes etapas en las que se parecía aun pez, a un pollo, un cerdo, estadios por los que habría pasado la evolución de la especie humana. Así formulada, esta idea se sostuvo poco; se aceptó que los embriones humanos se parecían notablemente a embriones de tales animales, no a sus formas adultas. En general, dentro de la biología esta teoría recapitulacionista se ha dejado de lado o se toma con fuertes precauciones.

Pero la idea de la recapitulación era tentadora y tuvo gran influencia en el campo psicológico dentro del cual se formuló como un volver a vivir etapas pasadas.

En su trabajo “Some problems of adolescence”, Ernest Jones, iniciador del estudio de la adolescencia desde el psicoanálisis, decía:

"Durante la pubertad se produce una regresión en dirección a la infancia, al primero de todos los períodos, y la persona vuelve a vivir, aunque en otro plano, el desarrollo por el que pasó en sus primeros cinco años de vida. /.../ Dicho de otra manera, significa que el individuo recapitula y expande en la segunda década de vida el desarrollo por el que pasó durante sus primeros cinco años, de la misma forma en que durante esos cinco años recapitula las experiencias de miles de años de sus antepasados, y durante el período prenatal, las de millones de años." (...)

Esta postura fue avalada por Anna Freud quien subrayó de este trabajo de Jones:

"que la adolescencia recapitula la infancia y que la manera en que una determinada persona ha de atravesar las necesarias etapas del desarrollo de la adolescencia está en gran medida determinada por la, modalidad de su desarrollo infantil."

Kaplan sostiene también que la teoría recapitulacionista cobró nuevas fuerzas en los últimos años al adaptar de manera errónea la teoría de Margaret Mahler acerca de la separación-individuación en los tres primeros años de vida y pensar a la adolescencia como una segunda etapa del mismo proceso. Mahler, a través de la observación de bebés y niños pequeños, hizo una descripción y teorización de gran importancia acerca del vínculo madre-hijo desde el comienzo de la vida, describiendo en los tres primeros años las siguientes etapas: autismo normal, simbiosis y separación-individuación. Pensar que la salida del hogar, la búsqueda de identidad, de profesión, la sustitución de afectos, fuera una segunda vuelta de aquella primera separación-individuación ha tentado a algunos autores. Estos pensaron que no se termina de superar la simbiosis de la primera infancia de manera definitiva hasta la adolescencia, cuando existe la posibilidad real de separación física de los padres y, concomitantemente, la posibilidad de terminar de estructurar la propia personalidad.

Peter Blos fue quien introdujo el concepto de "segunda separación-individuación", pero tal denominación no significa para este autor calcar etapas ya vividas. Blos consideraba que este proceso en la adolescencia tenía características propias, bien diferentes de las infantiles sobre todo en la medida en que entrañaba la conciliación de la moralidad y la genitalidad.

Así lo expresaba Blos:

"Si el primer proceso de individuación es el que se consuma hacia el tercer año de vida con el logro de la constancia del self y del objeto, propongo que se considere la adolescencia en su conjunto como segundo proceso de individuación. (...) Por último, aunque esto no es menos importante que lo anterior, cualquiera de ellos que se malogre da lugar a una determinada anomalía en el desarrollo (psicopatología) que corporiza los respectivos fracasos en la individuación. Lo que en la infancia significa 'salir del cascarón de la membrana simbiótica para convertirse en un ser individual que camina por sí sólo' (Mahler, 1963), en la adolescencia implica desprenderse de los lazos de dependencia familiares, aflojar los vínculos objetales infantiles para pasar a integrar la sociedad global, o simplemente, el mundo de los adultos."

Respecto a la segunda teoría mencionada, la de Lamarck, la misma tuvo influencia también sobre Hall y Freud. En particular Hall trasladó estas ideas a la adolescencia. Si Lamarck postulaba que lo adquirido a lo largo de la vida podía heredarse, Hall entendía que esto también servía para las características psicológicas adquiridas durante la adolescencia. Esta era, por lo tanto, una etapa privilegiada para que la humanidad mejorará a través de la educación en lo relativo a la inteligencia, a la ética ya la religiosidad. Como consecuencia de este pensamiento Hall entendía que era positivo prolongar la adolescencia lo más posible para aprovechar este efecto benéfico sobre las futuras generaciones que se verían mejoradas. Aconsejaba así prolongar la formación del joven mientras sus deseos sexuales se canalizaban a través del deporte y la comunión con la naturaleza. 

Recapitulacionismo y Lamarckismo fueron teorías propias de la modernidad. En buena medida parece ser que también el propio psicoanálisis puede entenderse así. Dice Pablo Grinfeld en su trabajo "Posmodernismo y diversidad psicoanalítica":

"Fácil darse cuenta que el discurso del psicoanálisis se inscribe de lleno entre los discursos que configuran la historia moderna. Su crecimiento también coincide con el comienzo de nuestro siglo."

Tal situación podría explicar que, al cambiar la época la teoría psicoanalítica, tuviera dificultades para explicar los nuevos fenómenos. Pero también es importante señalar que, para que ocurriera tal cambio, el pasaje de la modernidad a la posmodernidad, el psicoanálisis hizo lo suyo, es decir  . Tómese como ejemplo el siguiente párrafo del trabajo "Malestar en la cultura psicoanalítica: del sujeto autocentrado al pluralismo posmoderno", de Juan A. Cabanne y Héctor Petrucci: 

"Desde Freud se resquebraja la solidez de la palabra, aquella de la moderna Ilustración que instituía a la razón del hombre indiviso, que establecía las esferas de los regímenes de la verdad y la autocerteza del pensamiento. El Sujeto aparece como una biografía que se desconoce, como último bastión de la Razón moderna para no caer en su total descrédito. Hasta el momento todo pasaba por un dato clave: la conciencia, a partir de Freud la palabra se interna en el caos de lo psíquico, iluminando el mundo de lo inconciente."

Y citemos al mismo Freud ya maduro en sus ideas, el de El malestar en la cultura, cuando modeliza los contenidos del inconciente, las huellas del pasado individual a imagen y semejanza de una acumulación de ruinas estratificadas a lo largo del tiempo como en las ciudades antiguas de Europa. En esa estratificación nada se pierde, todo se superpone

"Así llegamos a este resultado: semejante conservación de todos lo estadios anteriores junto a la forma última sólo es posible en lo anímico, y no estamos en condiciones de obtener una imagen intuible de ese hecho."

Es decir que imagina un inconciente en el que no existe la piqueta moderna sino en el que conviven y se reciclan huellas a través de productos tales como los sueños en el mejor estilo del pastiche posmoderno. El mismo se encarga de limitar tal imagen:

"Quizás hemos ido demasiado lejos en este supuesto. Quizás debimos conformarnos, con aseverar que lo pasado puede persistir conservado en la vida anímica, que no necesariamente se destruirá. Es posible, desde luego, que también en lo psíquico mucho de lo antiguo - como norma o por excepción - sea eliminado o consumido a punto tal que ningún proceso sea ya capaz de restablecerlo y reanimarlo, o que la conservación, en general, dependa de ciertas condiciones favorables. Es posible pero nada sabemos sobre ello. Lo que sí tenemos derecho a sostener es que la conservación del pasado en la vida anímica es más bien la regla que no una rara excepción."



DI SEGNI, Silvia; OBIOLS, Guillermo. ADOLESCENCIA, POSMODERNIDAD Y ESCUELA SECUNDARIA. La Crisis de la enseñanza media. Biblioteca de actualización pedagógica. Kapelusz, Provincia de Buenos Aires, Argentina, 2001. Cap. II. Ser adolescente en la posmodernidad.

2. ¿Hasta cuándo la adolescencia?

Hablar de la duración de la adolescencia implica diferenciar ante todo dos términos: adolescencia y juventud. Para muchos autores éstos han sido sinónimos aunque presentan diferencias significativas.

Un adolescente es un ser humano que pasó la pubertad y que todavía se encuentra en etapa de formación ya sea en lo referente a su capacitación profesional, a la estructuración de su personalidad o a la identidad sexual. En cambio "joven", cuando este término se refiere al adulto joven, designa a alguien que ya ha adquirido responsabilidades y cierta cuota de poder, que ha madurado su personalidad y tiene establecida su identidad sexual, más allá de que no tenga una pareja estable o no sea totalmente autosuficiente en lo económico. Pero algunos autores de habla inglesa no diferencian ambos términos. En lo que sigue se hablará de "adolescente" o "joven" como sinónimos dejando en claro que el término "joven" excluye al adulto joven.

Arnold Gesell escribía en 1956 su libro El adolescente de 10 a 16 años (Youth. The years from ten to sixteen) completando una trilogía que comenzaba con el nacimiento. Los 11 años marcaban para él el comienzo del comportamiento adolescente, ciclo que se cerraría a los 20. En los Estados Unidos de la época, los 16 años constituían un hito fundamental para el adolescente con recursos, ya que podía comenzar a manejar un automóvil, lo cual le permitía gozar de ciertas libertades y de por lo menos una "sensación" de poder.

Cabe señalar que, en el prólogo de ese libro, Telma Reca se extrañaba de las diferencias encontradas entre los adolescentes estudiados por Gesell en New Haven y otros estudios de treinta años antes (Bühler, Spranger, Mendousse, Ponce). Aquellos autores habían descripto un adolescente introvertido, ocupado en su autoconocimiento, solitario, sentimental, angustiado, proyectando su porvenir y escribiendo su diario íntimo. En 1956, Gesell no daba importancia a tales diarios, sus adolescentes parecían, por lo menos a partir de su modo de estudiarlos, más interesados en la acción que en la introspección. 

Stone y Church, por su parte, definieron a la persona en crecimiento (growing person) de los 13 a los 20 años y establecían una diferenciación entre el desarrollo físico y el psicológico: 1. adolescencia, aplicado al desarrollo físico, se refiere al período que comienza con el rápido crecimiento de la prepubertad y termina cuando se alcanza una plena madurez física; 2. en sentido psicológico, es una situación anímica, un modo de existencia, que aparece con la pubertad y tiene su final al alcanzar una plena madurez social.

Esta última definición trae aparejado un problema difícil de resolver si se quiere fijar una edad como límite superior de la etapa: saber cuándo se ha llegado a la plena madurez y aun más, a la madurez social. De todos modos estos autores también hacían referencia a los "otros", la sociedad que rodea al adolescente como aquella que consagra su madurez y se lo hace saber:

"El joven se da cuenta de que llegó a la edad adulta por la conducta de los maestros, los amigos de la familia, los tíos y tías, los empleados, y especialmente por la de los extraños tales como los mozos, los taximetristas y los peluqueros. Estas personas, menos parciales que los padres, reaccionan ante ciertos aspectos de su exterior y de sus maneras que son muestras de madurez."

Si el límite superior de la adolescencia era definido con cierta vaguedad en los años ‘60, este fenómeno no ha hecho más que acentuarse en los autores posteriores. Françoise Dolto (1980) describe en los últimos años un fenómeno de postadolescencia, un alargamiento de la misma que no permite fijar sus límites con mucha precisión. Para esta autora:

"El estado de adolescencia se prolonga según las proyecciones que los jóvenes reciben de los adultos y según lo que la sociedad les impone como límites de exploración. Los adultos están ahí para ayudar a un joven a entrar en las responsabilidades y a no ser lo que se llama un adolescente retrasado."

Algo parece fallar tanto en las proyecciones de los adultos como en los límites a la exploración que se supone impone la sociedad cuando el fenómeno de postadolescencia suele detectarse en los consultorios de los profesionales del campo psi. En la actualidad nos encontramos con personas que a los 30 años no han conseguido la independencia mínima, la estabilidad afectiva e incluso la sensación de tener una identidad clara por lo que suelen consultar manifestando conflictos claramente adolescentes.

Para Dolto no había madurez posible en tanto no hubiera independencia económica, y por lo tanto consideraba difícil el fin de la adolescencia en un país como Francia, en el cual no se encontraban mayores posibilidades laborales para los jóvenes.

Por lo menos desde lo teórico, esta autora se guiaba para fijar los límites de edad de la adolescencia en la Declaración universal de los derechos del niño, la cual en su artículo 1° define al niño como:

"Todo ser humano hasta la edad de dieciocho años, salvo si la legislación nacional acuerda la mayoría antes de dicha edad."

Para esta Declaración a partir de los 14 y hasta los 18 años se es adolescente, no como una etapa con independencia propia sino como última parte de la niñez. El fin de la niñez para la Declaración no es una cuestión de hecho (cuando se puede dejar de serlo efectivamente), sino de derecho (cuando se comienza legalmente a tener el derecho de guiar la propia vida aunque en la realidad no se llegue a efectivizar: poder manejar pero no tener automóvil, poder casarse pero no conseguir empleo, poder trabajar pero no haber terminado una larga formación).

Es importante destacar que, si bien los derechos que no se pueden ejercer no permiten llegar a una real madurez, su existencia tiene importancia desde el punto de vista del reconocimiento de la igualdad por parte de los adultos. Es decir que a los 18 años un adolescente puede comenzar a sentirse entre iguales con los adultos, en principio es reconocido como tal por ellos aunque le quede un largo camino por recorrer para efectivizar tal reconocimiento.

De todo lo enunciado, lo único que puede tenerse en claro es que el límite superior de la adolescencia, es confuso (...).

Subrayemos estos factores: falta de posibilidades de trabajo, formación profesional muy larga, glorificación de la adolescencia a nivel social, época que ha dejado de ser molesta y transitoria hacia logros agradables para convertirse en una etapa con sus propios logros agradables que da lástima dejar. Se comprende así por qué la adolescencia llegaría a prolongarse en ese fenómeno de posadolescencia que no se sabe cuándo termina... ¿cerca de los 30? Al comienzo nos preguntábamos quiénes eran los adolescentes, hoy, como grupo etario, y la respuesta parece ser ambigua: probablemente un grupo que va desde los 12, 13 ó 14 años hasta un punto impreciso que puede llegar hasta los 18 a 23 y más, momento en el cual consiguen formar parte de la sociedad adulta a través del trabajo, de la propia madurez y del reconocimiento por parte de los mayores. En la medida en que son los adultos que los rodean quienes definen su reconocimiento como pares, es imprescindible analizar quiénes son los adultos de hoy, pero esto será desarrollado más adelante, antes de ello sigamos enfocando al adolescente.



DI SEGNI, Silvia; OBIOLS, Guillermo. ADOLESCENCIA, POSMODERNIDAD Y ESCUELA SECUNDARIA. La Crisis de la enseñanza media. Biblioteca de actualización pedagógica. Kapelusz, Provincia de Buenos Aires, Argentina, 2001. Cap. II. Ser adolescente en la posmodernidad.

1. ¿Existe la adolescencia?

El estudio de las sociedades primitivas tal como fuera desarrollado entre otros autores por Margaret Mead, y los intentos de traspolación de sus resultados a la sociedad occidental desarrollada, tuvo en los años ‘60 mucha influencia en el campo psicológico y ha sido luego duramente criticado. Para estas sociedades la adolescencia es un momento representado por un ritual de paso de una etapa de la vida a otra en la cual se accede a la sexualidad activa, se adquieren responsabilidades y poder dentro de la tribu. En los casos en los que hay un ritual, la adolescencia casi no existe, es sólo un momento de pasaje y las etapas importantes son la pubertad, que marca el fin de la infancia, y la etapa adulta posterior. Se han propuesto equivalentes de los ritos de iniciación en las sociedades desarrolladas. En una época el usar pantalones largos, comenzar a fumar y visitar un prostíbulo eran hitos en el pasaje hacia la edad adulta en el varón, mientras que el permiso para pintarse la cara, usar medias de seda o nylon y tener novio lo marcaban en la mujer. De todos modos, en sectores de población medios y altos urbanos, la adolescencia era un proceso que duraba un tiempo más o menos prolongado, nunca se reducía a un ritual.

Pero es importante señalar cambios que se habrían producido en las últimas décadas: la adolescencia tiende a prolongarse en el tiempo y no es vivida como una etapa "incómoda" o "de paso". Veamos cómo han señalado este fenómeno diferentes autores. Y a afines de los ‘60 Stone y Church, investigadores de la psicología de la conducta, llamaban la atención sobre la prolongación de la adolescencia:

"En otra época, los años intermedios constituían un período durante el cual el niño estaba contento con su suerte, mientras que la adolescencia era una etapa en la que se entraba con renuencia y a la que se dejaba atrás tan pronto como la gente lo permitía. En la actualidad, en cambio, los niños de edad intermedia anhelan a menudo ser adolescentes y los adolescentes parecen creer (durante gran parte del tiempo) que han hallado el modo de vida definitivo

"Hoy en día, y no sólo en los Estados Unidos, la adolescencia ha sido institucionalizada, y es glorificada en los programas de televisión, en los diarios, en la radio y en la publicidad destinada al mercado adolescente. Hasta los adultos que no se unen al culto de la adolescencia ni lo explotan suelen colaborar en su propagación, como si quisieran vivirla vicariamente."

Por su parte Françoise Dolto, desde una óptica psicoanalítica europea, ubica la bisagra del cambio en la segunda guerra mundial explicándolo en estos términos:

"Antes de 1939, la adolescencia era contada por los escritores como una crisis subjetiva: uno se rebela contra los padres y las obligaciones de la sociedad, en tanto que, a su vez, sueña con llegar a ser rápidamente un adulto para hacer como ellos. Después de 1950, la adolescencia ya no es considerada como una crisis, sino como un estado. Es en cierto modo institucionalizada como una experiencia filosófica, un paso obligado de la conciencia."

Sería justamente la era posindustrial la que ha permitido desarrollar y extender la adolescencia, si no a todos, a buena parte de los jóvenes. Los jóvenes pertenecientes a sectores de bajos ingresos o campesinos quedan fuera de este proceso, para ellos la entrada en la adultez es rápida y brusca, ya sea a través de la necesidad de trabajar tempranamente o bien por un embarazo casi simultáneo con el comienzo de la vida sexual. Pero en los sectores medios urbanos la adolescencia se constituye como un producto nuevo, no ya un rito de pasaje o iniciación, toda una etapa de la vida con conflictos propios. Es más, aquellos viejos indicadores de pasaje, si lo fueron, se han perdido totalmente. 

En la sociedad actual, los jóvenes no esperan el momento de vestirse como sus padres, son los padres los que tratan de vestirse como ellos; acceden a la sexualidad con parejas elegidas por ellos mismos, en el momento en que lo desean y sin mayores diferencias entre varones y mujeres. Los hábitos de beber o fumar, no sólo no son consideradas "faltas de respeto" sino que se han vuelto muy difíciles de controlar.

Existen autores que consideran el término "adolescencia" un artefacto creado dentro de las sociedades urbano-industriales a partir del siglo XV ya que es por entonces cuando el término aparece en el idioma inglés. Sin embargo "adolescere" es un término latino que significaba para los romanos "ir creciendo, convertirse en adulto".

En estas consideraciones creemos que sigue siendo útil mantener el concepto de adolescencia en tanto etapa de la vida entre la pubertad y la asunción de plenas responsabilidades y madurez psíquica. Esto no quiere decir que se mantenga el modelo clásico de adolescente descripto en los libros de psicología y en las novelas. Tampoco parece demasiado fácil averiguar si en lo intrapsíquico el adolescente actual sigue manteniendo las características que se le adjudicaban. Este grupo humano es hoy en día influyente en el mercado aunque no lo haga a través de sus propios recursos, se lo cuida y estimula como consumidor. Para el mercado es bueno que la adolescencia dure mucho tiempo y, además, en la sociedad actual no es fácil salir económicamente de ella. En los países con crisis económica no hay trabajos que permitan la independencia de los jóvenes, pero en aquellos fuertemente desarrollados tampoco el problema se soluciona fácilmente. Por el contrario, los jóvenes ven prolongado el período de la vida en el que viven con sus padres, no consiguen trabajos y tienen que prepararse durante mucho más tiempo para acceder a ellos.

Se produce así una época en la cual las responsabilidades se postergan mientras se disfruta de comodidades, una prolongación de lo bueno de la infancia con la libertad de los adultos, un estado "casi ideal".



DI SEGNI, Silvia; OBIOLS, Guillermo. ADOLESCENCIA, POSMODERNIDAD Y ESCUELA SECUNDARIA. La Crisis de la enseñanza media. Biblioteca de actualización pedagógica. Kapelusz, Provincia de Buenos Aires, Argentina, 2001. Cap. II. Ser adolescente en la posmodernidad.

Ser adolescente en la posmodernidad

¿Por qué enfocar en especial a la adolescencia en la cultura posmoderna? Este clima de ideas afecta e influye a todos quienes están sumergidos en él, más allá de su edad, pero nuestra hipótesis es que se genera un fenómeno particular con los adolescentes en la medida en que la posmodernidad propone a la adolescencia como modelo social, y a partir de esto se "adolescentiza" a la sociedad misma.

Comencemos por mencionar a un par de autores que han sugerido esta idea desde diversos campos. El ya citado Alain Finkielkraut dice:
"La batalla ha sido violenta, pero lo que hoy se denomina comunicación demuestra
que el hemisferio no verbal ha acabado por vencer
, el clip ha dominado a la
conversación
, la sociedad 'ha acabado por volverse adolescente'."
Este autor identifica lo adolescente con lo no verbal, ubicado en el hemisferio derecho del cerebro donde también asienta la fantasía, la creatividad, la imaginación. El hemisferio izquierdo, sede de la racionalidad, la lógica y todo aquello que desarrollamos a partir de la educación, incluido el lenguaje, ha perdido terreno sobre todo en la comunicación entre los jóvenes, la cual se desarrolla casi exclusivamente a través de imágenes y con poco intercambio a nivel personal. Desde el campo psicológico, José Luis Pinillos deja en el aire su sospecha ante la generalización del fenómeno:
"...cabe sospechar que en las postrimerías de la modernidad la adolescencia ha
dejado o está dejando de ser una etapa del ciclo (…) vital para convertirse en un
modo de ser
que amenaza por envolver a la totalidad del cuerpo social. "
¿Cómo se puede entender este concepto? Pensemos en el modelo de la modernidad. Se aspiraba a ser adulto, aun cuando se tuviera nostalgia de la niñez. La niñez era una época dorada, en la cual no había responsabilidades pesadas, en la que el afecto y la contención venían de los padres y permitían reunir un caudal educativo y afectivo que facilitaba enfrentarse con lo importante de la vida, la etapa adulta, la cual permitiría actuar, tener capacidad de influir socialmente, independizarse de los padres, imitarlos en la vida afectiva y familiar. Tan fuerte era el modelo adulto para la modernidad que la infancia Se consideraba una especie de larga incubación en la cual nada importante ocurría, algo de lo cual no valía la pena que los hombres se ocuparan demasiado, era cosa de mujeres.

Un golpe significativo a esta idea lo dio el psicoanálisis cuando describió la génesis de la normalidad o la neurosis justamente en etapas tempranas del desarrollo y, para colmo, ligada a algo tan "adulto" como la sexualidad. ¿Quién podía aceptar fácilmente que lo que hubiera pasado en los primeros cinco años de vida tuviera tanta influencia en su adultez, madura, independiente y poderosa?

(...) Es posible que el péndulo haya quedado, a partir de entonces, inclinado hacia el niño pequeño. Muchos estudios se hicieron sobre el tema, sin duda con el fin de llenar un vacío importante.

El niño fue el objeto de investigación y teorización durante muchos años hasta que tardíamente apareció en la escena también el adolescente, el cual, hasta después de la segunda guerra mundial, no parecía ser un grupo humano demasiado interesante para los investigadores. Si pensamos la adolescencia desde el momento actual nos encontramos, en cambio, con que los adolescentes ocupan un gran espacio. Los medios de comunicación los consideran un público importante, las empresas saben que son un mercado de peso y generan toda clase de productos para ellos; algunos de los problemas más serios de la sociedad actual: la violencia, las drogas y el sida los encuentran entre sus víctimas principales y la escuela secundaria los ve pasar sin tener en claro qué hacer con ellos.

Pero, sobre todo, aparece socialmente un modelo adolescente a través de los medios masivos en general y de la publicidad en particular. Este modelo supone que hay que llegar a la adolescencia e instalarse en ella para siempre. Define una estética en la cual es hermoso lo muy joven y hay que hacerlo perdurar mientras se pueda y como se pueda. Vende gimnasia, regímenes, moda unisex cómoda, cirugía plástica de todo tipo, implantes de cabello, lentes de contacto, todo aquello que lleve a disimular lo que muestra el paso del tiempo. El adulto deja de existir como modelo físico, se trata de ser adolescente mientras se pueda y después, viejo. Ser viejo a su vez es una especie de vergüenza, una muestra del fracaso ante el paso inexorable del tiempo, una salida definitiva del Olimpo.

No sólo se toma como modelo al cuerpo del adolescente, también su forma de vida. La música que ellos escuchan, los videoclips que ven, los lugares donde bailan, los deportes que hacen, la jerga que hablan. Para una parte de la opinión pública la actitud de los padres no debe ser ya la de enseñar, de transmitir experiencia sino por el contrario la de aprender una especie de sabiduría innata que ellos poseerían y, sobre todo, el secreto de la eterna juventud.



DI SEGNI, Silvia; OBIOLS, Guillermo. ADOLESCENCIA, POSMODERNIDAD Y ESCUELA SECUNDARIA. La Crisis de la enseñanza media. Biblioteca de actualización pedagógica. Kapelusz, Provincia de Buenos Aires, Argentina, 2001. Cap. II. Ser adolescente en la posmodernidad.

jueves, 14 de marzo de 2013

Pierre Bourdieu - Clase inaugural (4)

La ciencia social solo se puede constituir rechazando la demanda social de instrumentos de legitimación o de manipulación. El sociólogo puede llegar a deplorarlo, pero no tiene más mandato ni misión que los que él se asigna en virtud de la lógica de su investigación. Aquellos que, por una usurpación esencial, se sienten con derecho o se imponen él deber de hablar por el pueblo, es decir, en su favor, pero también en su lugar, aunque fuera, como lo he hecho yo en alguna ocasión, para denunciar el racismo, el miserabilísimo o el populismo de los que hablan del pueblo, ellos siguen hablando por si mismos; o al menos, habían aún de si mismos, en la medida en que con ello tratan, en el mejor de los casos —por ejemplo en el de Michelet—, de adormecer el sufrimiento relacionado con la ruptura social haciéndose pueblo en la imaginación.
 
(...) A través del sociólogo, como agente histórico históricamente situado, como sujeto social socialmente determinado, la historia, es decir, la sociedad en la que ésta se sobrevive a sí misma, se vuelve un momento hacia sí, reflexiona sobre sí; y a través de él todos los agentes sociales pueden saber un poco mejor lo que son, y lo que hacen. Pero ésta es justamente la tarea que menos desean confiar al sociólogo todos aquellos que tienen como cómplices al desconocimiento, la negación, el rechazo al saber, y que están dispuestos de buena fe a reconocer como científicos todas las formas de discurso que no hablán del mundo social o que hablan de el de manera tal que no lo hacen. Salvo excepciones, esta demanda negativa no necesita declararse en censuras expresas; en efecto, puesto que la ciencia rigurosa supone rupturas decisorias con las evidencias, basta con dejar que actúen las rutinas del pensamiento común o las inclinaciones del sentido común burgués para obtener las consideraciones infalsificables del ensayismo planetario o los conocimientos a medias de la ciencia oficial. Buena parte de lo que el sociólogo se esfuerza por descubrir no está oculto en el mismo sentido que lo que tratan de sacar a la luz las ciencias de la naturaleza. Muchas de las realidades o relaciones que revela no son invisibles, o lo son, al menos, solo en el sentido de que “saltan a la vista”, según el paradigma de la carta robada que tanto gusta a Lacan; me refiero, por ejemplo, a la relación estadística que vincula las prácticas a las preferencias culturales con la educación recibida. El trabajo necesario para mostrar a la luz del día la verdad, y lograr que se le reconozca una vez mostrada, se topa con los mecanismos de defensa colectivos que tienden a garantizar una verdadera denegación, en el sentido de Freud. Puesto que el rechazo a conocer una realidad traumática está en relación directa con los intereses que se defienden, se comprende la extrema violencia de las reacciones de resistencia que suscitan entre los detentadores del capital cultural los análisis que sacan a la luz las condiciones de producción y reproducción negadas de la cultura; a gente entrenada para concebirse con el carácter de lo único y lo innato, esos análisis no les hacen descubrir más que lo común y/o adquirido. En este caso, el conocimiento de sí es efectivamente, como la afirmaba Kant, “un descenso a los Infiernos”. Al igual que las almas que, según el mito de Er, deben beber el agua del río Ameles, portadora de olvido, antes de volver a la tierra para vivir las vidas que ellas han elegido, los hombres de cultura deben sus goces más puros solo a la amnesia de la génesis que les permite vivir su cultura como un don de la naturaleza. Siguiendo esta lógica que el psicoanálisis conoce bien, no retrocederán ante la contradicción para defender el error vital que es su razón de ser y salvar la integridad de una identidad basada en la conciliación de los contrarios: recurriendo a una forma del paralogismo del caldero tal como lo describe Freud, podrán así reprochar a la objetivación científica a la vez su absurdo y su evidencia, por ende, su trivialidad, su vulgaridad. 

(...) No hay duda de que no existe una demanda social propiamente dicha de un saber total sobre el mundo social; y solo la autonomía relativa del campo de producción científico y los intereses específicos que en él se generan pueden autorizar y favorecer la aparición de una oferta de productos científicos, es decir, por lo general, de criticas, que precede cualquier tipo de demanda. En favor del bando de la ciencia, que es más que nunca el del Aufklarung, de la desmitificación, podríamos limitarnos a invocar un texto de Descartes que Martial Gueroult solía citar: “No apruebo que uno trate de engañarse a sí mismo alimentándose de falsas imaginaciones. Por ello, al ver que es una mayor perfección conocer la verdad, aunque ésta sea en perjuicio nuestro, que ignorarla, confieso que más vale estar menos alegre y tener más conocimiento.” La sociología descubre la self-deception, la mentira dirigida a sí mismo que se mantiene y alienta colectivamente y que en todas las sociedades es la base de los valores más sagrados, y con esto, de toda la existencia social. Enseña junto con Marcel Mauss que “la sociedad se paga siempre a sí misma con la falsa moneda de su sueño”. Esto equivale a decir que esta ciencia iconoclasta de las sociedades que están llegando a la vejez puede contribuir al menos a darnos, aunque sea solo en parte, el dominio y la posesión de la naturaleza social al lograr el avance del conocimiento y la conciencia de los mecanismos que son la base de todas las formas de fetichismo; me refiero, clara está, a lo que Raymond Axon, que tanto ilustró esta enseñanza, llama la “religión secular”, ese culto de Estado que es un culto del Estado, sus fiestas civiles, sus ceremonias cívicas y sus mitos nacionales a nacionalistas, siempre dispuestos a suscitar o justificar el desprecio a la violencia racista, y que no es solo característica de los Estados totalitarios; pero también me refiero al culto del arte y de la ciencia, los que, como ídolos sustitutos, pueden contribuir a la legitimación de un orden social fundado en parte sobre una distribución inequitativa del capital cultural. En todo caso, al menos se puede esperar de la ciencia social que haga retroceder la tentación de la magia, esa hubris de la ignorancia que es ignorante de sí misma, que ha sido expulsada de la relación con el mundo natural, pero sobrevive en la relación con el mundo social. La venganza de lo real es despiadada contra la buena voluntad mal instruida o el voluntarismo utopista; y allí está el destino trágico de las empresas políticas que han pretendido pertenecer a una ciencia social presuntuosa para recordarnos que la ambición mágica de transformar al mundo social sin conocer sus fuerzas motrices puede llegar a sustituir con otra violencia, que es a veces más inhumana, la “violencia inerte” de los mecanismos que destruyó la ignorancia pretenciosa.

Bourdieu, Pierre, Sociología y cultura, México, Grijalbo, 1990. 1. CLASE INAUGURAL.