martes, 12 de marzo de 2013

Pierre Bourdieu - Clase inaugural (2)

Así pues, descubrir que se está inevitablemente comprometido en la lucha por la construcción y la imposición de la taxonomía legitima viene a ser lo mismo que adoptar como objeto, pasando al segundo grado, la ciencia de esta lucha, es decir, el conocimiento del funcionamiento y las funciones de las instituciones que se encuentran comprometidas en ella, como lo son el sistema escolar a los grandes organismos oficiales de censo y de estadística social. El concebir como tal el espacio de la lucha de las clasificaciones —y la posición del sociólogo dentro de este espacio o en relación con él— de ninguna manera lleva a aniquilar a la ciencia en el relativismo. No hay duda de que el sociólogo ha dejado de ser el árbitro imparcial o el espectador divino, único capaz de determinar dónde se encuentra la verdad —a, expresándose como el sentido común, que tiene razón—, este equivale a identificar la objetividad con una distribución ostensiblemente equitativa de las culpas y las razones. Ahora es aquel que trata de decir la verdad de las luchas que tienen como objeto —entre otras cosas— la verdad. Por ejemplo, en lugar de zanjar la discusión entre los que afirman y los que niegan la existencia de una clase, de una región a de una nación, se concentra en establecer la lógica especifica de esa lucha y en determinar, por medio de un análisis de la relación de fuerzas y de los mecanismos de su transformación, cuáles son las posibilidades de los diferentes bandos. A él le corresponde construir el modelo verdadero de las luchas por la imposición de la representación verdadera de la realidad que contribuyen a crear la realidad tal y como se presenta en el momento de ser registrada. Así procede Georges Duby cuando, en lugar de aceptarlo como una herramienta indiscutida del historiador, toma como objeto de análisis histórico el esquema de las tres ordenes, es decir, el sistema de clasificación a través del cual la ciencia histórica acostumbra concebir la sociedad feudal; para descubrir que este principio de división, que es a la vez el objeto y el producto de las luchas entre los grupos que aspiran al monopolio del poder de constitución, obispos y caballeros, contribuyó a producir la propia realidad que permite pensar. De la misma forma, la observación que en un momento determinado establece el sociólogo respecto de las propiedades u opiniones de las diversas clases sociales, y los propios criterios de clasificación que deben utilizar para esta observación, son también producto de toda la historia de las luchas simbólicas que han tenido como objeto la existencia y la definición de las clases y han contribuido así, de manera muy real, a hacer las clases: en gran parte, el resultado presente de esas luchas pasadas depende del efecto de teoría ejercido por las sociologías del pasado, en especial por las que contribuyeron a hacer la clase obrera, y con ella las demás clases, al contribuir a que ella creyera, a que se creyera, que existe como proletariado revolucionario. A medida que progresa la ciencia social, y que progresa su divulgación, los sociólogos se encontrarán cada vez más, realizada en su objeto, con la ciencia social del pasado.

Pero basta con pensar en el papel que asignan las luchas políticas a la previsión, o a la simple observación, para comprender que hasta el sociólogo que con mayor rigor se limita a describir será sospechoso de prescribir o proscribir. En la vida diaria, prácticamente solo se habla de lo que es para decir, por añadidura, que es o no conforme a la naturaleza de las cosas, normal o anormal, bendito o maldito. Los nombres son provistos de adjetivos tácitos, los verbos de adverbios silenciosos que tienden a consagrar o condenar, a instituir como digno de existir y persistir en el ser o, por el contrario, de destituir, degradar o desacreditar. Así pues, no resulta fácil desprender el discurso de la lógica del proceso en el cual quieren hacerlo funcionar, aunque no fuera más que para otorgarse la libertad de condenarlo. Así, la descripción científica de la relación que guardan los más desposeídos de cultura con la alta cultura se comprenderá muy probablemente como una forma hipócrita de condenar al pueblo a la ignorancia o, por el contrario, como una forma disimulada de rehabilitar o celebrar la incultura y demoler los valores de la cultura. ¿Y qué decir de los casos en que el esfuerzo para explicary en eso consiste siempre el trabajo de la cienciapuede aparecer como una forma de justificar, o incluso de disculpar? Ante la servidumbre de la cadena de montaje o la miseria de las ciudades perdidas, sin hablar de la tortura o la violencia de los campos de concentración, el “así son las cosas” que podemos pronunciar junto con Hegel ante las montañas reviste el valor de una complicidad criminal. Pues cuando se trata del mundo social, no hay nada menos neutro que el enunciar el ser con autoridad, es decir, con el poder de hacer ver y hacer creer que confiere la capacidad reconocida de prever; las observaciones de la ciencia ejercen inevitablemente una politica eficaz, que puede no ser la que quisiera ejercer el científico.

Sin embargo, aquellos que deploran el pesimismo desalentador o los efectos desmovilizadores del análisis sociológico cuando éste formula, por ejemplo, las leyes de la reproducción social tienen tan poco fundamento como aquellos que reprocharan a Galileo él haber desalentado el sueño de volar al construir la ley de la caída de los cuerpos. El enunciar una ley social como la que establece que el capital cultural va al capital cultural equivale a presentar la posibilidad de introducir entre las circunstancias que han contribuido al efecto que la ley prevé —en este caso particular la eliminación escolar de los niños más desprovistos de capital cultural— los “elementos modificadores” de los que hablaba Augusto Comte; éstos, por débiles que sean por sí mismos, pueden bastar para transformar en el sentido que deseamos el resultado de los mecanismos. Por el hecho mismo de que, tanto en este campo como en otros, el conocimiento de los mecanismos permite determinar las condiciones y los medios de una acción dirigida a dominarlos, en todos los casos se justifica el rechazo del sociologismo que trata lo probable como un destino; y allí están los movimientos de emancipación para probar que cierta dosis de utopismo, esa negación mágica de lo real que se consideraría en otros casos como neurótica, puede incluso ayudar a crear las condiciones políticas de una negación práctica de La observación realista. Pero, sobre todo, el conocimiento por si solo ejerce un efectoque me parece liberadorcada vez que una parte de la eficacia de los mecanismos cuyas leyes de funcionamiento estable dependen del desconocimiento, es decir, cada vez que se enfrenta a los fundamentos de la violencia simbólica. En efecto, esta forma particular de violencia solo puede ejercerse contra sujetos cognoscentes cuyos actos de conocimiento, empero, por ser parciales y mistificados, encierran el reconocimiento tácito de la dominación que está implicado en el desconocimiento de las bases reales de la dominación. Se explica el hecho de que constantemente se niegue a la sociología la categoría de ciencia, sobre todo entre aquellos que requieren de las tinieblas del desconocimiento para ejercer su comercio simbólico.

Bourdieu, Pierre, Sociología y cultura, México, Grijalbo, 1990. 1. CLASE INAUGURAL.

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