sábado, 9 de marzo de 2013

Recordar a Marx por sus olvidos (2)

La dificultad final que queremos tratar es que su concepción reproductivista del consenso no deja espacio para entender la especificidad de los movimientos de resistencia y transformación. De hecho, casi nunca los analiza. Observemos cómo lo hace en dos de las pocas ocasiones en que se refiere a ellos. A quienes están en la oposición, dijo en una conferencia a estudiantes, a quienes “se consideran al margen, fuera del espacio social”, hay que recordarles “que están situados en el mundo social, como todo el mundo”. El cuestionamiento de la sociedad, según Bourdieu, nunca se hace desde fuera, porque las estructuras contra las que se lucha las llevan dentro quienes luchan debido a que participan en la misma sociedad. El combate político es simultáneamente por y contra un capital institucionalizado en las organizaciones sociales, objetivado bajo la forma de bienes culturales e incorporado en el habitus de los sujetos. Es ilusorio pretender cambiar solo una de estas estructuras o esperar que la fuerza coyuntural de un movimiento remplace mágicamente, como a veces se sustituye un gobierno por otro, la lógica profunda de la estructura social

La otra respuesta la encontramos en el sorprendente capitulo final de Homo Academicus. Por primera vez Bourdieu concluye un libro analizando una crisis social: la de mayo del 68. No es éste el lugar para ocuparnos extensamente de su interpretación; nos interesa la metodología que aplica y los resultados que obtiene. Relaciona los acontecimientos que conmocionaron a Francia en aquellas semanas con las condiciones estructurales del mundo académico, examinadas en los capítulos precedentes: crecimiento acelerado de la población estudiantil, devaluación correlativa de la enseñanza y de los diplomas, cambios morfológicos y sociales del público escolar. La crisis, explica, tuvo su intensidad mayor en los lugares y categorías sociales donde se agudizaba el desajuste entre las aspiraciones y las oportunidades. Al correlacionar la extracción social de los movimientos y de los lideres con las facultades y disciplinas, encuentra que una de las bases de esos movimientos fue “la afinidad estructural entre los estudiantes y los docentes subalternos de las disciplinas nuevas”. Pero la crisis tuvo la amplitud conocida porque no fue solo una crisis del campo universitario, sino “sincronizada” con las de otros campos sociales. Esta convergencia de crisis regionales, y su “aceleración” reciproca, es lo que genera el “acontecimiento histórico”. Si bien la polinización violenta que la coyuntura critica produce crea la ilusión de una interdependencia fuerte entre todos los campos, que puede llevar a confundirlos, Bourdieu afirma que es el hecho de “la independencia en la dependencia lo que hace posible el acontecimiento histórico”.

Según su interpretación de “las sociedades sin historia”, la falta de diferenciación interna no deja lugar para el acontecimiento propiamente histórico, “que nace en el cruce de historias relativamente autónomas”. En Las sociedades modernas, el acontecimiento ocurre gracias a la “orquestación objetiva entre los agentes del campo que llego al estado critico y otros agentes, dotadas de disposiciones semejantes, porque están producidas por condiciones sociales de existencia semejantes (identidad de condición)”. Sectores sociales con condiciones muy diferentes y provistos, por tanto, de habitus diversos, pero que ocupan posiciones estructuralmente homologas a la de quienes están en crisis, se reconocen teniendo intereses y reivindicaciones semejantes. Pero la cuota de ilusión que hay en esta identificación es una de las causas de la fragilidad, la corta duración, de movimientos como el del 68. Al fin de cuentas, sostiene, “la toma de conciencia como fundamento de la reunión voluntaria de un grupo en torno de intereses comunes conscientemente aprehendidos o, si se prefiere, como coincidencia inmediata de las conciencias individuales del conjunto de los miembros de la clase teórica con las leyes inmanentes de la historia que las constituyen como grupo [...] oculta el trabajo de construcción del grupo y de la visión colectiva del mundo que se realiza en la construcción de instituciones comunes”.
¿Cuál es, entonces, el valor de estos acontecimientos? El efecto “más importante y durable de la crisis” es 
la revolución simbólica como transformación profunda de los modos de pensamiento y de vida y, más precisamente, de toda la dimensión simbólica de la existencia cotidiana [...] transforma la mirada que los agentes dirigen habitualmente a la dimensión simbólica de las relaciones sociales, y notablemente las jerarquías, haciendo resurgir la dimensión politica, altamente reprimida, de las prácticas simbólicas más ordinarias: las formulas de cortesía, los gestos que marcan las jerarquías usuales entre los rangos sociales, las edades a los sexos, los hábitos cosméticos y de vestimenta.
Si esta evaluación es discutible respecto de mayo del 68, resulta aún más inadecuada al vincularla con acontecimientos que no se desvanecieron en poco tiempo, sino que, como tantas revoluciones modernas —empezando por la francesa—, produjeron cambios estructurales más allá de la vida cotidiana y el pensamiento simbólico. Uno se pregunta con Nicholas Garnhan y Raymond Williams, si concentrarse en el conocimiento sociológico de los mecanismos a través de los cuales la sociedad se reproduce no lleva a un “pesimismo relativista” y a un “funcionalismo determinista” o, como le preguntaron a Bourdieu en una universidad francesa, “a desalentar toda acción politica de transformación”.
La acción politica verdadera —respondió— consiste en servirse del conocimiento de lo probable para reforzar las oportunidades de lo posible. Se opone al utopismo que, semejante en esto a la magia, pretende actuar sobre el mundo mediante el discurso preformativo. Lo propio de la acción politica es expresar y explotar a menudo más inconsciente que conscientemente, las potencialidades inscritas en el mundo social, en sus contradicciones o sus tendencias inmanentes.
Se trata de un objetivo ubicable más en una estrategia de reforma que de “revolución en el sentido clásico”, dicen Garnhan y Williams. Es verdad: una sociología que no analiza el Estado, los partidos, ni ha tornado como objeto de estudio ningún proceso de transformación politica no pretende contribuir a repensar la revolución. Pero acaso, ¿no servirá esta conciencia más diversificada y densa de las condiciones socio-culturales del cambio para lograr que las transformaciones abarquen la totalidad —objetiva y subjetiva— de las relaciones sociales, para que los procesos que comienzan como revoluciones no acaben convirtiéndose en reformas?

Néstor Garcia Canclini en: 

Bourdieu, Pierre, Sociología y cultura, México, Grijalbo, 1990. INTRODUCCIÓN: LA SOCIOLOGÍA DE LA CULTURA

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